junio de 2022
Jason creció en una buena familia católica en Texas. Iba a Misa frecuentemente con sus padres. Asistió a las clases de catecismo en su vibrante parroquia local. Obtuvo la confirmación con sus compañeros. Comenzó a cuestionar su fe en sus últimos años en la escuela secundaria pero su fe se renovó una vez que fue a la universidad. Se consideraba un cristiano fiel y comprometido.
Cuando fue a la universidad en Texas A&M, se volvió cada vez más activo en la parroquia universitaria donde yo serví como párroco – el Centro Católico de St. Mary. Una noche, en una fiesta de una fraternidad, Jason entabló una conversación informal con una compañera de estudios que también era católica. Comenzaron a hablar sobre su fe, y ella mencionó algo que tomó a Jason por sorpresa. Ella dijo que, en la Misa, el pan y el vino en realidad se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.
Jason se asombró por su afirmación. Él dijo: “He sido católico toda mi vida y nunca había escuchado tal cosa. Es solo un símbolo de Jesús; en realidad no se convierte en su cuerpo y sangre”. Ella sonrió con calma y sugirió que él mismo lo estudiara. Esa conversación marcó un punto de inflexión en la vida de fe de Jason.
Empezó a estudiar más sobre su fe católica y a asistir a algunas clases y estudios bíblicos en nuestra iglesia. Su comprensión de la fe creció a pasos agigantados. Desarrolló una fuerte relación personal con Jesucristo, que fue alimentada por la Eucaristía y puesta en acción a través del servicio a los demás. Después de la universidad, sirvió como misionero de NET e ingresó al seminario para el sacerdocio católico, y ahora es un párroco maravilloso de una de las parroquias católicas más grandes del estado de Texas, donde ayuda a miles de personas a acercarse a Jesús.
La trayectoria de la vida de Jason quedó profundamente impactada por esa conversación amistosa en una fiesta de una fraternidad a la universidad. Cuando esa joven le abrió los ojos a la verdad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, Jason emprendió un camino de fe que ahora está llevando muchas almas al cielo.
¿Por qué comparto esta historia? Porque cuando una persona se da cuenta de la verdad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, es un descubrimiento que cambia su vida. Este mes, nuestra Iglesia Católica en los Estados Unidos inicia un Avivamiento Eucarístico de tres años, tratando de ayudar a más personas a tener un encuentro con Jesucristo en la Eucaristía y responderle con valentía.
El Don
La Misa Católica es una participación en el sacrificio salvador de Jesucristo en la cruz del Calvario. Lo que recibimos parece y sabe como una pequeña oblea de pan y un sorbo de vino regular, pero ha sido transformado en el verdadero cuerpo y sangre de Cristo. Cuando el pan y el vino son consagrados por un sacerdote válidamente ordenado, el cuerpo, la sangre, la humanidad, y la divinidad de Jesucristo se hacen real y verdaderamente presentes, conservando la apariencia de pan y vino.
La realidad de la Eucaristía se revela en la Escritura. Jesús dice en el Evangelio de Juan, capítulo 6: “El pan que yo daré es mi carne, y la daré para vida del mundo. …Si no comen la carne del Hijo del Hombre, y no beben su sangre, no viven de verdad. ... Porque mi carne es comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6:51, 53, 55-56).
En la Última Cena, la noche antes de morir en la cruz por nosotros, Jesús ofreció la primera Eucaristía. Mostró el pan y el vino a sus apóstoles y dijo: “Esto es mi cuerpo, el que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía. … Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que va a ser derramada por ustedes” (Lc 22:19-20).
Creer en la presencia real de Cristo en la Eucaristía ha sido la enseñanza constante de la iglesia desde los tiempos de Cristo. Los primeros escritores patrísticos dan un claro testimonio de esta creencia, y los santos se han hecho eco de ella a lo largo de los siglos. Por ejemplo, San Juan Vianney dijo: “Al recibir la Sagrada Comunión, la sangre adorable de Jesucristo realmente fluye por nuestras venas, y su carne realmente se mezcla con la nuestra.”
Pasado, Presente, y Futuro
Cada Misa es una participación en el único sacrificio de Jesucristo cuando ofreció su vida en la cruz en Jerusalén en A.D. 33. Su sacrificio completa todos los sacrificios de la antigua alianza y supera todos los sacrificios de todas las religiones del mundo. En la cruz, Dios se ofreció a sí mismo como sacrificio para borrar los pecados de toda la raza humana. No hay necesidad de ningún otro sacrificio después de eso.
Cada Misa no es un nuevo sacrificio distinto del sacrificio de Jesús en la cruz. Esto se debe a que, en Dios, no hay límites de espacio ni de tiempo. En Dios no hay pasado ni futuro. Todo es ahora para Dios, ya sea que lo veamos como si sucediera en el 2022, o A.D. 33, o A.D. 6000. Todo está en el presente para Dios. Entonces, lo que le sucede a Dios en un momento dado, le sucede siempre, eternamente.
En nuestro concepto del tiempo, miramos hacia atrás y decimos que la muerte en la cruz le sucedió a Jesús en el año A.D. 33. Pero desde la perspectiva de Dios, ese sacrificio siempre está sucediendo en este momento presente. En la Misa, nos conectamos a esa dinámica eterna en Dios. Esto significa que, en el sacrificio de la Misa, Dios continúa entregándose en un perpetuo sacrificio de amor. Además, la Misa es un anticipo del banquete eterno que nos espera en el cielo.
Cuando estamos en presencia del Santísimo Sacramento, debemos reconocer, “Este es Jesucristo, que da su vida por mí. Él derrama su sangre por mí. Necesito vivir mi vida de una manera que aprecie eso.”
La Respuesta
Hay una conexión íntima entre recibir a Jesucristo en la liturgia eucarística y responderle sirviendo a nuestros semejantes con amor. La Eucaristía es la fuente y cumbre de toda la vida cristiana. Nuestra actividad diaria en el mundo conduce a la Eucaristía y luego fluye de ella. Hay un intercambio dinámico en la vida de un cristiano católico, que va de la vida a la liturgia y de la liturgia a la vida. Cada uno alimenta al otro. La Eucaristía debe extenderse al resto de nuestras vidas.
Cristo Jesús está presente en el Santísimo Sacramento de una manera más poderosa que en cualquier otra cosa que hagamos. Venimos a la liturgia para recibir su presencia, y luego se nos encarga llevar su presencia con nosotros mientras salimos por la puerta a nuestro mundo que tanto lo necesita. De la Misa, somos enviados al mundo como discípulos en misión, llenos de nueva vida en el Espíritu. La Sagrada Comunión nos equipa para expresar en nuestras vidas el misterio de Cristo y mostrárselo a los demás por la forma en que vivimos y trabajamos.
Después de reconocer a Nuestro Señor en la Sagrada Comunión, también debemos estar dispuestos a reconocerlo en nuestro prójimo necesitado. La misma fe que nos permite reconocer la verdadera presencia de Cristo en el pan y el vino consagrados de la Eucaristía también nos permite reconocer a Cristo en nuestro prójimo, en los pobres, los hambrientos, los sin techo, los inmigrantes, los maltratados, los encarcelados, los enfermos, los ancianos, y en los miembros de nuestras propias familias.
Intenciones
Cuando celebramos la Misa, llevamos al altar todas las necesidades de nuestra familia, nuestros amigos, y nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo. Es espiritualmente beneficioso para cada persona en la Misa ofrecer su participación en la Misa para el apoyo espiritual de alguien que necesita oraciones. El sacerdote también ofrece la Misa por una intención particular, aplicando la gracia salvadora del sacrificio de Cristo a las necesidades de las personas de hoy. Cualquier persona puede ponerse en contacto con la oficina de su parroquia local y solicitar que se celebre una Misa por una intención particular. La Misa es la oración más poderosa que podemos ofrecer.
Invitar a Otros a Misa
Cuando nos demos cuenta de la verdad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, naturalmente querremos compartir esta buena noticia y llevar a otros a esta situación en la que pueden enamorarse de Jesús, quien se hace presente para nosotros. Esto incluye invitar a otros a venir a Misa con nosotros de vez en cuando. Jesucristo, el anfitrión de la comida sagrada, lo aprecia cuando pensamos lo suficiente en él para traer a otros a su encuentro allí.
Nuestro Llamado al Altar
Cuando los miembros de otras iglesias cristianas tienen avivamientos, hay un momento en el servicio cuando tienen un llamado al altar. Aquellos que deseen hacer un nuevo compromiso espiritual con Jesucristo están invitados a presentarse públicamente. En nuestra Misa Católica, también podemos considerar la procesión de la comunión como un llamado al altar. Cuando nos acercamos al altar para recibir a Jesús en la Eucaristía, podemos renovar nuestra unión con el Señor, hacer un nuevo compromiso con Cristo, y decir en el silencio de nuestros corazones que no nos conformamos con un cristianismo mediocre y tibio. Queremos seguir completamente a Jesús, y queremos ser santos.
Cuando el ministro nos da la Sagrada Comunión y dice, “El cuerpo de Cristo,” nuestra respuesta es una audaz declaración de fe. La palabra griega “Amén” significa literalmente “verdaderamente” o “es verdad.” Por lo tanto, cuando decimos “Amén,” estamos haciendo una declaración personal de fe en la verdad de lo que acaba de decir el ministro. Esto verdaderamente es el cuerpo de Cristo.
Conclusión
Espero dar inicio al Avivamiento Eucarístico en la Diócesis de San Ángelo con la Misa de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Catedral del Sagrado Corazón en San Ángelo a las 4:00 p.m. el sábado, 18 de junio de 2022. Después de la Misa procesionaremos con la Eucaristía por las calles del centro como proclamación pública de nuestra fe Eucarística. Después de la procesión, el Padre Ryan Rojo ofrecerá una reflexión sobre la Eucaristía en el salón parroquial de la catedral, seguida de Adoración Eucarística durante la noche.
El primer año de nuestro Avivamiento Eucarístico, desde junio de 2022 hasta junio de 2023, será un año diocesano. El segundo año, de junio de 2023 a julio de 2024, será el año parroquial. El último año, desde julio de 2024 hasta Pentecostés 2025, se centrará en el alcance a los que no tienen iglesia.
El don de la Sagrada Eucaristía está en el centro de ser un cristiano católico. Es un tesoro precioso, y nunca debemos darlo por sentado. Mientras vivimos nuestro Avivamiento Eucarístico durante los próximos tres años, que Dios nos ayude a compartir este gran regalo con confianza, pasión, y alegría.