Estamos viviendo un momento histórico de Avivamiento Eucarístico en la Iglesia Católica en los Estados Unidos. Dios está obrando en la renovación de la iglesia reavivando nuestra devoción a él a través de la Eucaristía. Cuando una persona experimenta un renacimiento de la fe, a menudo conduce a la conversión y al arrepentimiento de los caminos pecaminosos. Creo que uno de los efectos de nuestro Avivamiento Eucarístico Nacional será un aumento en el uso del sacramento de la penitencia, también conocido como confesión.
Muy a menudo, he hablado y escrito sobre la importancia de la confesión, incluido un artículo en el West Texas Angelus en 2019. Sin embargo, dado que hay tantas personas aquí en el Oeste de Texas que no han asistido a Misa ni se han confesado en muchos años, estoy convencido que ahora es el momento de volver a comprometernos con el sacramento de la penitencia como preparación espiritual para recibir a Jesucristo en la Eucaristía. Este artículo está destinado a ayudar a los católicos a volver a la práctica de la confesión regular.
Con demasiada frecuencia racionalizamos nuestros propios pecados o negamos haber pecado. Esto es psicológicamente malsano y espiritualmente destructivo. La Primera Carta de Juan dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos; y la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad” (1 Jn 1:8-9). El Libro de los Proverbios dice: “Ocultar sus faltas no conduce a nada, el que las reconoce y renuncia a ellas se hace perdonar” (Prov 28:13).
El sacramento de la penitencia nos ayuda a ser honestos con nosotros mismos y construye en nosotros un sentido de responsabilidad personal y madurez. Los Salmos 32 y 51 hablan de la belleza de admitir nuestros pecados y confesarlos al Señor.
Sólo Dios puede perdonar los pecados, y Jesucristo, que es Dios Hijo, encomendó a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación. Los obispos católicos son sucesores de aquellos apóstoles y, por tanto, continúan ejerciendo este ministerio en la actualidad. Los obispos comparten este ministerio con los sacerdotes y, en virtud del sacramento del orden sagrado, los obispos y los sacerdotes tienen el poder de perdonar los pecados (Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], núm. 1461).
Los pecados cometidos antes del bautismo son perdonados en el sacramento del bautismo. Los pecados cometidos después del bautismo son perdonados en el sacramento de la penitencia. En este sacramento, el sacerdote actúa en la persona de Cristo para reconciliar al pecador tanto con Dios como con la iglesia (Catecismo Católico de los EE.UU. para Adultos, p. 250). Cuando confesamos nuestros pecados al sacerdote, a quien Jesús le ha dado el poder de absolver los pecados, estamos confesando nuestros pecados a Dios. Cristo está permitiendo que ese sacerdote sea su representante para absolvernos de nuestros pecados.
Algunas personas piensan en el pecado y el perdón de una manera muy individualista, pero nuestro pecado también afecta a la comunidad de la iglesia. Así como la santidad de una persona puede motivar a los demás a su alrededor a vivir con un estándar más alto, la pecaminosidad de una persona puede derribar a los demás a su alrededor. La iglesia es el cuerpo de Cristo. El pecado de cualquier miembro particular de la iglesia hiere todo el cuerpo. El sacramento de la penitencia cura esas heridas.
Si una persona es consciente de haber cometido un pecado mortal, debe confesarlo en el sacramento de la penitencia antes de recibir la Sagrada Comunión (CIC, no. 1415). Se espera que un católico reciba este sacramento regularmente, al menos una vez al año como práctica mínima, si es consciente de haber cometido pecado mortal (Código de Derecho Canónico, can. 989). Sin embargo, si no se ha cometido ningún pecado grave en ese tiempo, la confesión no es obligatoria. Sin embargo, la confesión frecuente es espiritualmente valiosa.
En la vida espiritual de un católico que crece activamente en la fe, y que no está luchando con algún pecado mortal habitual, recomiendo confesarse unas tres o cuatro veces al año como un buen ritmo básico. Esto fomenta el crecimiento continuo en santidad, ayudándonos a salir de patrones egoístas o pecaminosos y a purificar nuestros motivos. Algunos escritores espirituales recomiendan la confesión una vez al mes para un crecimiento espiritual más dinámico. A través de la práctica regular de este sacramento, nuestra conciencia continúa desarrollándose y se vuelve más sensible a medida que maduramos espiritualmente. San Pablo dice: “Estoy seguro de que Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese” (Flp 1:6).
La celebración del sacramento de la penitencia incluye ciertos pasos dados por el penitente y por el sacerdote. Todo comienza con la conversión del corazón, teniendo dolor o remordimiento por nuestros pecados. Esto significa alejarse del pecado y tener un firme deseo de evitar tales pecados en el futuro.
El siguiente paso es prepararse para el sacramento pasando un tiempo en oración haciendo un examen de conciencia. Esto se hace para tener un recuerdo más claro de los pecados que hemos cometido y del bien que hemos dejado de hacer. Idealmente, nuestro examen de conciencia se lleva a cabo a la luz de la palabra de Dios en las escrituras. Los pasajes bíblicos que mejor se adaptan al examen de conciencia son los siguientes: • Los Diez Mandamientos (Dt 5:6-21) • El Sermón de la Montaña (Mt 5-7) • Romanos 12-13 (enseñanza moral) • 1 Corintios 13 (sobre el amor) • Gálatas 5 (obras de la carne y frutos del Espíritu) • Efesios 4-6 (enseñanza moral)
Además, algunas personas encuentran una gran ayuda para su examen de conciencia al usar una aplicación de confesión en su teléfono celular. La aplicación no reemplaza una confesión sacramental, pero nos ayuda a prepararnos para ella. Puede encontrar una presentación de la variedad de aplicaciones de confesión en https://catholicapptitude.org/confession-apps/.
Después de examinar nuestra conciencia y asumir la responsabilidad de nuestros pecados, el siguiente paso es confesarlos a un sacerdote. Si no estamos familiarizados con el procedimiento, podemos pedirle al sacerdote que nos guíe. No debemos preocuparnos de que nuestros pecados conmocionen al sacerdote o le den un infarto. La mayoría de los sacerdotes han escuchado pecados similares muchas veces antes. Debemos confesar nuestros propios pecados, no los pecados de otra persona.
Debemos confesar todos los pecados mortales que hemos cometido (en especie y número) desde nuestra última confesión. La Iglesia recomienda encarecidamente confesar también los pecados menos graves (veniales), aunque esto no es estrictamente necesario. La confesión de nuestros pecados veniales contribuye a la formación permanente de nuestra conciencia, nos ayuda a luchar contra las malas tendencias, y favorece un mayor crecimiento en la santidad (CIC, núms. 1456-1458).
Después de confesar nuestros pecados al sacerdote en confesión individual, el sacerdote puede ofrecernos algún estímulo o guía para nuestro crecimiento moral o espiritual. Podría hacer algunas preguntas de aclaración en un esfuerzo para ayudarnos. A veces simplemente estamos confundidos en cuanto a lo que es pecado y lo que no es pecado. El sacerdote en la confesión puede ayudarnos a llegar a un entendimiento más claro. Por supuesto, no debemos esperar que la confesión sea una sesión de terapia. Aunque es un sacramento de curación, el sacerdote no actúa como psicoterapeuta.
A continuación, el sacerdote nos propone una penitencia para completar después de la confesión. Esa penitencia puede consistir en alguna forma de oración, obras de misericordia, servicio al prójimo, abnegación voluntaria, o sacrificios personales. También podría hablar de la necesidad de la reparación, de reparar el daño que hemos causado a otros con nuestros pecados. Esto podría incluir, por ejemplo, la devolución de bienes robados, la restauración de la reputación de alguien calumniado, la rectificación de una injusticia, el pago de indemnizaciones por daños, etc. (CIC, núm. 1459).
Después de darnos una penitencia, el sacerdote nos pedirá que digamos en voz alta un acto de contrición. Hay muchas formas diferentes posibles para esta oración. Podemos usar una versión memorizada o usar nuestras propias palabras. Después de haber hecho nuestro acto de contrición en presencia del sacerdote, él reza la oración de absolución, utilizando el poder que Cristo ha confiado a la iglesia para traer el perdón y la paz. Después de haber recibido la absolución, debemos completar nuestra penitencia lo antes posible. Una vez que hayamos completado el sacramento de la penitencia, debemos tratar de no preocuparnos por nuestros pecados pasados. Debemos confiar en la misericordia de Dios y regocijarnos en el hecho de que él ha quitado la carga de nuestros pecados de nuestros hombros.
Hay varias oportunidades para celebrar el sacramento de la penitencia. Una forma es ponerse en contacto con un sacerdote y programar una cita. Esto normalmente implicaría una confesión cara a cara. Otra forma es presentarse en una iglesia en uno de los horarios establecidos para la confesión. Dependiendo de la construcción del confesionario, uno puede tener la opción de confesarse cara a cara, pero siempre debe existir la oportunidad de confesarse anónimamente detrás de una pantalla.
Durante las temporadas de Adviento y Cuaresma, la mayoría de nuestras parroquias ofrecen servicios de penitencia comunitaria, que generalmente incluyen la proclamación de las escrituras, una homilía y la recitación grupal de un acto de contrición. A esto le sigue la confesión individual y la absolución individual. Se ha puesto una lista de los servicios de penitencia de Cuaresma en el sitio web de la Diócesis de San Ángelo en https://sanangelodiocese.org.