En conversaciones con quienes no son católicos sobre nuestra fe, una de las preguntas más comunes que nos hacen es: “¿Ustedes adoran a María?” Nuestra respuesta inmediata debe ser: “No, no adoramos a María; solo adoramos a Dios.”
Si adoraríamos a María o a cualquier otra criatura de Dios, seríamos culpables de idolatría, y la idolatría es un pecado que viola el Primer Mandamiento. No adoramos a María. Le damos gran amor, respeto, y devoción, pero no debemos adorarla.
María es la madre de Dios. Este título fue declarado oficialmente en el Concilio Ecuménico de Éfeso en el año 431 d.C. El concilio aclaró que Jesucristo es una sola persona, tanto humana como divina, y María es la madre de esta única persona (Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 495). Puesto que Jesucristo es Dios, María es la madre de Dios.
Cuando decimos que María es la madre de Dios, ¿la estamos poniendo al nivel de Dios? No, María no es Dios, y no es la madre de Dios en el sentido de existir ante Dios. Cristo el Hijo de Dios existió desde toda la eternidad. María no existió en absoluto hasta que fue concebida en el vientre de su madre Ana alrededor del año 14 a.C.
Cristo existió antes que María, pero en un momento determinado de la historia humana se encarnó en el vientre de María. Ya que ella lo dio a luz y lo crio, ella es su madre. Eso es lo que significa decir que María es la madre de Dios.
María es quien es gracias a Jesús.
Si no fuera por su hijo Jesús, María habría sido totalmente olvidada en la historia. Habría sido simplemente otra pobre campesina judía en un remoto pueblo de Galilea. De hecho, todo lo que dice la Biblia sobre María tiene que ver con su relación con Jesús.
Toda devoción mariana debe brotar de nuestro amor por Jesús y llevarnos a un amor más profundo por Jesús. La devoción mariana aislada de Jesucristo no tendría ningún sentido. María dirige nuestra atención a su hijo Jesús. Nada la haría más feliz que la gente amara a su hijo.
Las últimas palabras registradas de María en la Biblia se encuentran en el Evangelio de Juan, en las bodas de Caná, justo antes de que Jesús convierta el agua en vino. María dice a los ayudantes: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2:5). Necesitamos hacer lo mismo, cualquiera que sea la voluntad de Jesús. En nuestra oración, debemos preguntarnos regularmente: “Jesús, ¿qué quieres que yo haga?” Ese es el tipo de actitud que María nos anima a tener.
El amor por María no es sólo una cosa católica. No son sólo los católicos los que tienen un gran respeto y devoción por María. Los cristianos ortodoxos y los cristianos anglicanos le tienen un gran amor. De hecho, incluso los musulmanes la honran como la madre de Jesús, porque respetan a Jesús como profeta. El Corán musulmán hace varias referencias a María con gran respeto. Por ejemplo, dice: “¡María! Dios te ha escogido entre todas las mujeres del universo” (Corán 3.42).
Dada la centralidad de Jesús en la vida de los cristianos, no puedo comprender por qué cualquier cristiano tendría hostilidad hacia María, su madre. Si realmente amas a alguien, respetarás a su madre. Si yo tratara a tus padres con falta de respeto, sería un insulto para ti. Una vez conocí a un ministro evangélico protestante que se dio cuenta de la lógica de esto, así que rezaba el Rosario todos los días.
María no es divina. Ella no es una diosa o deidad. Creemos que hay un solo redentor, Jesucristo. María, quien es humana, está siempre subordinada a Jesucristo su Hijo divino. A lo largo de nuestra historia, cuando los miembros de la Iglesia se han vuelto excesivos en su exaltación de María, la jerarquía de la Iglesia ha actuado para corregir esas exageraciones.
La Constitución Dogmática sobre la Iglesia de 1964, Lumen Gentium, nos recuerda las palabras de San Pablo en 1 Timoteo 2:5-6, que “Porque uno es Dios, y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos” (véase Lumen Gentium, núm. 60). Continúa diciendo que el papel de María en nuestra vida “no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador” (Lumen Gentium, núm. 62). Dice que el papel de María está subordinado al de Jesucristo. Su papel en la historia de la salvación proviene de su cooperación con la gracia de Cristo. Su papel depende enteramente de la mediación de Cristo.
El Papa Pablo VI escribió en Marialis Cultus en 1974 que toda devoción a María puede ser juzgada por ciertos principios teológicos básicos:
• La honra de María debe mantenerse dentro de una fe correctamente ordenada.
• Nunca debe eclipsar al único Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo).
• Debe tener en cuenta el hecho de que solo Cristo es el Salvador misericordioso.
• Cabe recordar que María es miembro de la Iglesia con nosotros.
El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1994, ofrece las siguientes aclaraciones sobre el papel de María en los números 2674-2675:
• Jesús es el único Mediador. María es pura transparencia de Él.
• María muestra el camino a Jesús.
• En nuestra oración mariana, básicamente estamos haciendo dos cosas:
1. Alabando a Dios por lo que ha hecho por ella y a través de ella.
2. Pidiéndole a ella que ore por nosotros.
En sus discursos de audiencia semanales de los miércoles de 1995 a 1997, San Juan Pablo II enseñó que, en la doctrina y devoción mariana, la Iglesia nos insta encarecidamente a “tener cuidado de abstenernos de toda falsa exageración”. “Es siempre necesario en la doctrina mariana salvaguardar la infinita diferencia que existe entre la persona humana de María y la persona divina de Jesús”. “La enseñanza de la iglesia hace una clara distinción entre la Madre y el Hijo en la obra de la salvación, explicando la subordinación de la Santísima Virgen, como cooperadora, al único Redentor”.
¿Por qué no ir directamente a Dios? Nosotros, los católicos, vamos directamente a Dios en la mayor parte de nuestras oraciones. Por ejemplo, las oraciones preeminentes que hacemos como católicos son la Misa y los demás sacramentos (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, núm. 11). Esas oraciones se dirigen a Dios Padre, por Jesucristo su Hijo, en la unidad del Espíritu Santo. La Misa y los sacramentos no están dirigidos a María ni a ningún otro santo.
Dios es infinitamente poderoso. Puede elegir actuar como quiera. Por supuesto, podría actuar solo, pero elige no hacerlo. Él elige utilizar ayudantes. Lo que nos muestra la historia es que, por su amor a la humanidad, Dios elige dar a los seres humanos el privilegio de participar en su actividad en el mundo.
Dios podría hacer las cosas mucho más eficientemente sin involucrarnos en la acción a nosotros, seres humanos débiles e imperfectos, pero en su bondad, Dios elige permitirnos colaborar con él en su obra de salvación. San Pablo capta esta verdad cuando dice en 1 Corintios 3:9: “Somos colaboradores de Dios”. Desde este punto de vista, María es una colaboradora subordinada con el Señor. Él le permite a ella el privilegio de compartir en su trabajo. Dado que las Escrituras muestran que Dios escogió a María y a otros seres humanos para que fueran sus colaboradores, nuestra oración de petición de apoyo de parte de María y de otros es simplemente una afirmación de la elección de Dios.
¿Por qué tenemos imágenes, íconos, y estatuas de María? Nuestras estatuas, imágenes, e íconos de María y otros santos no tienen poder sobrenatural en sí mismos. No son ídolos. Son recordatorios de compañeros cristianos que son muy importantes para nosotros. Por ejemplo, si usted va al Capitolio de los EE. UU. en Washington, DC, verá muchas estatuas de importantes héroes de nuestra nación. Además, en las aulas de nuestras escuelas públicas tenemos fotografías de héroes como George Washington. Finalmente, en nuestros hogares tenemos fotografías de seres queridos, algunos vivos, algunos fallecidos. Entonces, ¿por qué tenemos todas estas estatuas y fotos de María? Porque son recordatorios de una persona quien es muy importante para nosotros. Queremos recordarla y seguir su buen ejemplo.
Conclusión En resumen, María nunca debe ser adorada. Como cristianos católicos, afirmamos que María es nuestra madre espiritual y nuestra amiga, mientras que Jesucristo es nuestro Señor y nuestro Dios.